domingo, 4 de enero de 2009

Divagación de principios de año

Son las 3 de la madrugada y ha estado todo el día lloviendo con una lluvia suave en medio de una temperatura suave para esta época del año. He salido a la terraza y he contemplado la noche mojada. Por la tarde había comprado "la riqueza de las naciones".
La economía es un tema que me viene preocupando desde hace más de un año, desde antes de la crisis, probablemente porque desde hace varios años tengo que administrar la economía de mi madre. La economía de una persona mayor es una economía peculiar porque no tiene perspectivas de mejora: hay lo que hay, la pensión, si hay suerte también alguna renta, y nada más; no hay perspectivas de enriquecimiento, sólo administrar bien lo que ya se tiene. Eso me llevó a pensar en cómo hacer que crezca el dinero de una persona que no puede generar más dinero, lo que me llevó a pensar en lo que es invertir, esto a pensar en lo que es el riesgo y en su relación con el beneficio y en el concepto de ahorro, en la parte de ahorro que es razonable invertir y así sucesivamente. De ahí pasé a interesarme por cómo se genera la riqueza, qué es y a descubrir lo interconectada que está la riqueza de cada uno con la de los demás, más aún en nuestra sociedad capitalista. Y no sólo con la de los demás de nuestra sociedad, sino con la de otros países y otras gentes. Y en la responsabilidad que tenemos todos en la riqueza de los demás y lo importante que es que todos hagamos bien nuestro trabajo cada día. Porque no es nuestro sólo: es también de los demás, es de los demás, es de todos. Y es tan injusto que un empresario explote a un obrero como que un trabajador que cobra un sueldo justo por su trabajo deje de rendir lo que de él se espera. Ambos roban a los demás: el primero dinero, y el segundo riqueza.
Es curiosa esta sociedad que tenemos. Y lo digo sin ironía. Toda ella está basada en conseguir el máximo de productividad con el mínimo esfuerzo. Esto tiene un coste: renunciar a disfrutar trabajando. Pero también tiene un premio: recuperar ese disfrute en el tiempo libre que ganamos al concentrar nuestra energía en pocas labores hechas con un alto rendimiento. Pero también tiene una paradoja: no podemos dedicar el tiempo libre así ganado a disfrutar de la vida, entendiendo esta en su genuino sentido, que es vivir, disfrutar viviendo, disfrutar de nosotros mismos y de los demás, de comunicarnos unos con otros. Y ello porque el tiempo libre que hemos ganado lo hemos de dedicar a consumir lo que hemos producido con tanta eficacia en nuestras horas de trabajo. De lo contrario, dejaría de tener sentido ser tan productivos. Si en nuestro tiempo libre nos dedicáramos a meditar y conversar y gastar sólo lo imprescindible para atender las necesidades básicas, sobraría más de la mitad de lo que producimos, nadie lo querría, con lo que no valdría nada (nadie querría comprarlo) y nadie podría pagarnos por haberlo producido, la riqueza dejaría de estar lo repartida que está ahora y volvería a ser un bien escaso que se concentraría en los poderosos. Retrocederíamos. Alguien diría: pues no seamos tan productivos y disfrutemos de la vida. El problema es que gracias a que somos (bueno, los españoles menos, parece ser) tan productivos cada día son más millones de personas los que tienen casa propia, calefacción, trabajo bajo techo, etc. Una paradoja que no sé resolver aquí. Lo que no me impide salir otra vez al balcón, contemplar la noche, escuchar la lluvia, oler la humedad,... Y hacer un propósito para este año que empieza: ser más productivo en mi trabajo y, eso sí, no tener remordimientos si parte de mi tiempo libre lo dedico a meditar en vez de a consumir.

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