El día, un día de perros, como se dice vulgarmente: lluvia, viento, barro. Su mujer comenta con una sonrisa y los ojos vivos de siempre: Pero ¿cómo me hace esto mi marido? ¿tener que atenderos con este tiempo tan infernal?
Todos como entonces, pero...
Más arrugados,
en el cementerio,
todos los rostros.
Al terminar, Paloma me lleva de vuelta a Madrid, donde cojo el coche y, con el viento insistentemente en contra durante todo el trayecto (inusitadamente en contra, pues viene del Mediterráneo), regreso a Albacete, a donde llego agotado a las doce de la noche.
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