jueves, 13 de septiembre de 2012

COMPASIÓN

En el budismo el tema de la causalidad es más complejo de lo que los occidentales solemos entender por causalidad. Nosotros detrás de un efecto solemos buscar una causa. Aislamos e individualizamos tanto el efecto como la causa que lo provoca. Para el budismo, sin embargo, no hay efectos individualizados, y menos aún causas únicas. Todo es efecto de innumerables causas.
Es lógico que nos cueste aceptar este planteamiento, porque llevado al infinito, a su límite, anula el concepto de causa: todo es causa de todo, por tanto deja de tener interés conocer las causas de nada.
Sin embargo, espiritualmente es realmente importante ser capaz de sintonizar nuestro ser con este cambio de registro, ser conscientes de lo que implica. Principalmente porque gracias a él lo que percibimos como malo deja de tener una causa concreta identificable para pasar a ser algo que depende de gran cantidad de factores pertenecientes a realidades muy diferentes. Algunos de estos factores podremos identificarlos, pero otros no. En consecuencia, al budista le resulta mucho más fácil que a nosotros dejar de personalizar el mal y, por tanto, de demonizar todo aquello que identificamos como la causa de los males que sufrimos, enturbiando nuestra mente y volviéndonos agresivos en vez de compasivos, la virtud por excelencia del budismo.

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