viernes, 18 de septiembre de 2009

Alicante

Ayer, viaje a Alicante para la revisión de la vista de Isa. Pisamos el umbral a la hora en punto, las diez de la mañana. De hecho, Alicante es un paseo y siempre me extraña que no vayamos más.
Calculo que la clínica está justo al margen de la antigua carretera que nos llevaba a Benidorm, hoy convertida en congestionada avenida de la periferia norte de la ciudad. Tengo que pensar para confirmarlo, porque todo está irreconocible.
Mientras esperamos en la consulta empiezo mi estudio de las aperturas en ajedrez, la defensa francesa, en concreto. Al poco, veo que Isa está un poco nerviosa, de modo que bajo al bar, tomo un café y robo la página de pasatiempos del periódico local. El crucigrama, que hacemos juntos, resulta ser de los antiguos: definiciones de diccionario y no adivinanzas o dichos o nombres de actores, juegos de palabras y demás, tan abundantes en los crucigramas modernos. Lo hacemos entero con sólo un par de dudas; y hecho de menos mi diccionario de bolsillo.
Comemos en el centro. Desde la clínica hasta allí vamos por la vía que sigue el borde del mar, atrevidamente arañada en la pendiente rocosa. Imágenes de otro tiempo. El mar, tan puro como siempre, hoy de un azul suavemente apagado, como una caricia tímida. Y al entrar en la ciudad las sombrillas parpadean a la velocidad del coche entre las hojas de palma del bulevar. Respiro el aire como si fuera un niño pequeño.

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