martes, 22 de septiembre de 2009

Un símil

Justo antes del verano escribí el borrador de un artículo sobre el concepto de modelo en la planificación de ciudades, artículo que dejé pendiente de revisar porque no llegaba a aportar nada claro. Por un lado, el "modelo" como "prototipo" tan querido por los arquitectos - señalaba en aquel texto - plantea serias deficiencias en algo que, como la ciudad moderna, muta constantemente y se rebela contra cualquier corsé. Por otro, el "modelo matemático", es decir, la fórmula matriz generadora de resultados diversos según el valor de las variables que contiene, si bien me parecía más adecuado a la hora de describir la dinámica de la ciudad actual, me parecía excesivamente abstracto como para poderlo aplicar satisfactoriamente a una realidad tan cercana a nosotros como es la ordenación urbana.
En el ajedrez, sin embargo, he encontrado recientemente un símil intermedio que mantiene un interesante equilibrio entre la formulación abstracta y la plasmación concreta de lo que podría ser un modelo urbano.
Toda partida de ajedrez queda marcada por las dos primeras jugadas. Esas dos jugadas (dos movimientos de las blancas y dos de las negras) dan un carácter a la partida, carácter que, a su vez, depende de la intención inicial de los jugadores (o mejor, del "juego" inicial entre las voluntades de los dos jugadores). Con las dos primeras jugadas, por tanto, los jugadores definen el resto de la partida, aunque los detalles de ésta no quedan prefigurados y sólo se pueden establecer jugando hasta el final. Esas dos primeras jugadas dan lugar a más de treinta "modelos" de partidas: el primer movimiento de cada jugador anuncia si la partida va a ser un enfrentamiento abierto y ágil, con frecuentes ataques y amenazas, o una estudiada y progresiva conquista del espacio, o un juego alternativo de cesiones y presiones, o...; en el segundo movimiento se decide qué puntos o zonas del tablero van a convertirse en los polos a través de los cuales se va a canalizar la energía de la partida.
Es admirable la capacidad de análisis de los ajedrecistas que, a lo largo de décadas, incluso siglos de juego reflexivo, han sabido extraer de ese continuo que es la partida una "forma" que sigue tres fases (apertura, medio juego y final), y dentro de cada fase distinguir los movimientos que imprimen un mismo carácter a las partidas en que esos movimientos se dan en el momento adecuado -y que se pueden, por tanto, tipificar y ser objeto de estudio, es decir, susceptibles en cierto modo de "planificarse" antes incluso de iniciar la partida, pero también durante la misma- de aquellos otros que perfilan y dibujan cada partida concreta y le dan su peculiar brillo en función, no tanto del bagaje teórico del ajedrecista y de su capacidad de planificación (de su estrategia), como de su estado de ánimo, de su estado mental en el momento de la partida, así como de su peculiar "sentido" o estilo a la hora de elegir un movimiento entre varios de los posibles en cada momento de la partida.
Del mismo modo pienso que debía ser posible analizar la dinámica de las ciudades y establecer un número limitado de factores que prefiguran la evolución de la ciudad sin establecer su forma definitiva de antemano. Estos factores deben de ser perfectamente identificables en el espacio, como piezas dispuestas de un determinado modo en el tablero que es el territorio que "soporta" a la ciudad.
El modelo no será entonces otra cosa que esa peculiar disposición de las "piezas iniciales"; disposición que marca el desarrollo de la ciudad, es decir, el "juego" futuro del resto de las piezas que dibujan la partida que es la vida urbana, sin limitarlo.

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